El otro día, cuando iba rumbo a casa,
venía frente a mí un hombre con su hijo,
un niño de unos 2 años, era pequeño, pero
a pesar de eso me puso a reflexionar,
me enseñó grandes cosas en tan solo 15 minutos.

El niño venía volteando hacia mí, parado en su padre,
de vez en cuando sacaba su mano por la ventana para sentir el aire,
hacía como que lo agarraba, movía su manita en forma de onda para dejarla fluir.
De pronto me veía, con sus ojos grandes y expresivos,
y me señalaba con su dedo hacía afuera,
como cualquier pequeño que va descubriendo su alrededor,
a veces volteaba, otras yo le señalaba siguiéndole un poco la corriente.
Solo esa interacción, me hizo meditar en cuanto nos forzamos,
o al menos yo me forzo, a estar fuera de la realidad evadiendo lo negativo,
pero al hacer eso también me separo de toso lo bueno,
del mundo que está en éste instante alrededor de mí.
A veces se me olvida sacar la mano por la ventana,
sentir el aire, dejar que fluya y
de vez en cuando
apreciar todo lo que tengo frente a mis ojos.